martes, julio 27, 2010

"CRISTINA Y EL POBRERÍO", POR MARCELO BARTOLOMÉ/



Acaso pocas veces una palabra pueda encerrar tantas definiciones a un mismo tiempo, y todas coincidentes entre sí. La historia no siempre permite que la dialéctica juegue un papel trascendente para la resignificación de las palabras. O mejor aún, para darles a estas el verdadero sentido que poseen.

¿Se puede decir, por ejemplo, que “pobrerío” alude a los sectores más abandonados y olvidados de una sociedad? Seguramente. Como también es cierto que esa palabra esta, permanentemente, asociada a una cuestión puramente económica. Cuanto menos tienen, más pobres son.

Pero también podríamos decir, con el mismo rigor, que “pobrerío” engloba en su significado a quienes aún teniendo algo, un poco más apenas que los olvidados, han perdido la esperanza, la fe, la confianza. La capacidad de creer, que es lo peor que se puede perder en el breve tránsito de nuestras vidas.

Y es aquí, en esta conjunción (iba a decir simbiosis, pero quizás suene algo exagerado, aunque a mi me parece el término más apropiado) de definiciones, donde aparece la figura de Cristina Fernández. Cristina, como la llaman todos, los que la quieren y también los que la odian. Puede sonar temerario, pero hay una línea que conecta claramente a Cristina y el pobrerío. Un puente de tránsito en ambos sentidos entre ese pobrerío que resume a los olvidados y a los que habían perdido la fe y la esperanza con esa figura femenina que desvela a propios y extraños y que conduce hoy los destinos de la Argentina.

Como pocas veces en nuestra historia reciente (porque 50 años en el devenir de la historia de un pueblo no es una medida relevante) una figura política ha logrado construir un vínculo tan estrecho y profundo con esos sectores de la población como Cristina Fernández. Una relación que está absolutamente distanciada de los comportamientos especulativos o demagógicos y que en cambio está asentada sobre pilares tan fuertes como la coherencia, la convicción y, sobre todo, la pasión por lo que se hace y por quienes se hace. El profundo respeto por la palabra empeñada que Cristina manifiesta en cada aparición pública, reiventándose a si misma hasta dos y tres veces por día, asombra aún a los más entrenados en el complicado ejercicio de comprender y poner en contexto el comportamiento de los gobernantes. Pero al pobrerío, a esos olvidados de siempre, a esos que habían perdido la capacidad de creer, de confiar y, por ende, de construir una esperanza, no los asombra. En cambio, los reconforta, les abre los ojos, les permite abrir una puerta a un presente que siempre se les había presentado como futuro. Y de tanto plantearlo como futuro, terminaba siendo una entelequia irrealizable.

Cristina y el pobrerío constituyen hoy, uno de los elementos de mayor complejidad política pero, a la vez, de una densidad social tan profunda, que se torna el eje principal a tomar en cuenta para comprender a carta cabal en que consiste hoy el ejercicio del poder. Cuando ese pobrerío estaba acostumbrado (¿recuerdan aquello de “andar mal pero acostumbrado?, una especie de axioma de resignación social que abatía las mentes y tornaba fácil la tarea del oportunista y del demagógico…) a que las palabras fuesen simplemente sonidos sin demasiado sentido en la boca de los gobernantes, aparece en el horizonte político la figura de Cristina. 
Y ¿cómo fue que esta mujer, cuya figura resume una elegancia y pulcritud alejada absolutamente de los estándares de cotidianeidad del pobrerío, abrió un camino directo entre su verbalidad y la conciencia  golpeada y defraudada de ese pobrerío? Suena casi perogrullesco decirlo, pero lo hizo a través de la coherencia. No la coherencia discursiva, porque aún los más sanguinarios sometedores de nuestro pueblo la tuvieron para abalanzarse sobre el y esquilmarle hasta la fe. Hablamos de la coherencia inquebrantable entre valores y convicciones, entre promesas y realizaciones, entre el argumento claro y la acción concreta. Esa actitud, absolutamente infrecuente entre nuestra dirigencia vernácula, ha sido y sigue siendo el principal capital político de Cristina. Esa misma actitud fue la que logro establecer esa relación de cariño, respeto y confianza entre Cristina y el pobrerío. No fue solo, simplemente, la recomposición social y económica de amplios y profundos sectores sociales que habían sido saqueados en la última década. Fue, sobre todo, la enorme capacidad demostrada para devolverles la capacidad de creer, esa que habían perdido y que los convertía en tan pobres como los otros. Pobres del bolsillo, pobres de esperanza, pobres de comida, pobres de confianza, pobres de techo, pobres de utopía, pobres de trabajo y salario, pobres de ilusiones y de amor. 


Cristina y el pobrerío. En esa relación solo pasible de comprenderse si previamente se es capaz de comprender que hay quienes son tenaces en su necesidad de contener a los olvidados, radica el fenómeno social y político más contundente y aleccionador de las últimas cinco décadas. Ese vínculo solo se construye a través del respeto, la coherencia, la dignidad, la comprensión, la pasión, la convicción. Valores que el pobrerío, aunque muchos se empeñen en señalar lo contrario, atesora y reconoce mucho más que el relativismo económico. Por eso, aún cuando muchos de quienes componen ese “mundo” llamado pobrerío no han sido alcanzados por la mejora y la recomposición social, ven en “esa mujer”, (con perdón de Walsh y su fascinante novela) la única y verdadera posibilidad de seguir sintiéndose vivos y reconocidos. Pueden hasta prescindir de un componente material. Porque saben, mejor aun que muchos de nosotros, que un mayor ingreso o peor aún, una dádiva especuladora, no resuelve los problemas del alma. Porque hay que recordárselo a más de uno: los pobres tienen alma y sentimientos. A esos, se les devolvió la capacidad de creer, la confianza en la palabra pronunciada, el sueño que intuyen ya no inalcanzable.

Cristina y el pobrerío. No es, para nada, una relación asimétrica basada en el populismo entendido como una desgracia de los pueblos. Es un vínculo construido desde la recuperación del verdadero significado y trascendencia de las palabras. Algo a lo que el pobrerío y millones de argentinos que no integran ese sector de nuestro pueblo, nos habíamos desacostumbrado.

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