lunes, agosto 29, 2011

UNA CIUDAD QUE CAMBIA DE AIRE.


Buenos Aires, (Télam, por Jorge Rivas*).- 
Muchos socialistas, justo es reconocerlo, hicimos un aprendizaje durante el gobierno de Néstor Kirchner. Aprendimos a despojarnos de algunos prejuicios, y de la intolerancia respecto de los militantes que pertenecían a tradiciones ideológicas diferentes de la nuestra, pero que tenían intereses comunes con nosotros. Es que era uno de ellos el que estaba llevando adelante, contra viento y marea, muchas de las causas que durante años habíamos levantado, pero no habíamos podido realizar.
Entonces decidimos sumarnos para colaborar, desde nuestra identidad pero sin reservas, a sostener y a profundizar los cambios que se habían puesto en marcha. Así empezamos a recorrer el camino que hoy nos lleva a expresar nuestro apoyo militante al trabajo que los compañeros Daniel Filmus y Carlos Tomada están haciendo para hacer llegar al pueblo de Buenos Aires ese mensaje que se resume en una consigna: hagamos que también Buenos Aires sea la Argentina.
Hay un candidato a Jefe de Gobierno, que hasta hace poco soñaba con la presidencia, que se pregunta si hacer que Buenos Aires sea la Argentina significa importar a la ciudad una matriz de corrupción y clientelismo. Habría que decirle que no, que estamos hablando de reducción de la pobreza, de generación de trabajo, de oídos sensibles al murmullo popular. Habría que decirle que corrupción y clientelismo son lo que predomina en la Ciudad de Macri. Habría que decirle que al contrario de lo que él parece creer, ambos vicios fueron en nuestro país una invención de los conservadores, que se siguen valiendo de ellos como en la época de Julio Roca.
Lo que es un hecho es que los ocho años de gobiernos nacionales de Kirchner y de Cristina Fernández han puesto en marcha un ciclo de progreso social que no tiene antecedentes en por lo menos medio siglo de historia del país. La sociedad pulverizada que era la Argentina en 2001 no solo ha crecido desde el punto de vista económico: lo ha hecho incluyendo, a medida que avanza, a los trabajadores que los gobiernos anteriores habían arrojado a la marginación y al desamparo.
Pero los adelantos no han sido solo materiales. Mal que les pese a los detractores de un gobierno al que tratan de autoritario, nuestra democracia es ahora más genuina que nunca. Ella no solo garantiza absolutamente las libertades individuales, sino que auspicia más derechos y genera por lo tanto más igualdad. Basten la sanción del matrimonio igualitario y de la ley de Medios para probar esta afirmación.
La brevísima alusión al proceso nacional tiene aquí por objetivo poner de relieve un contraste notable en lo real y en lo simbólico, ya que mientras eso es lo que ocurre en el conjunto del país, Buenos Aires se empantana en una cada vez mayor inequidad. El pueblo de la ciudad ve cómo pierde calidad la educación que reciben sus hijos, cómo se deteriora la atención de su salud. La ciudad es consciente de que la intemperie reemplaza al techo para un número creciente de sus habitantes, de que los que han sido forzados a vivir en la calle son tratados a garrotazo limpio, de que los mil inconvenientes cotidianos que puede tener la vida en toda gran ciudad, aquí se acumulan, se enredan, se vuelven intolerables.
Y el valor simbólico de ese contraste real es que para el imaginario colectivo la vida en Buenos Aires ha sido siempre un privilegio. Quién de nosotros no ha oído muchas veces que para comprobar lo injusta que puede ser la sociedad hay que alejarse un poco de la Capital , porque en ella todo es mejor y más fácil. Pues bien, el gobierno conservador, el gobierno oscurantista, el gobierno represor, el gobierno inútil que encabeza Mauricio Macri ha hecho posible ese cambio histórico. En apenas cuatro años, ese gobierno consiguió hacer olvidar aquella convicción tan arraigada en la cultura argentina de que era en Buenos Aires donde se vivía mejor.
Ahora Buenos Aires vive peor que el resto del país. Macri no solo desmantela hospitales y escuelas, no solo designa ministros fascistas a los que tiene que echar después de que se difunden sus inclinaciones, no solo adjudica obras públicas a sus amigos, no solo pone a viejos represores al frente de nuevas policías. También cambia de mano al tránsito en calles y avenidas, sin plan ni racionalidad, apenas como quien busca a tientas la salida de un laberinto en el que nunca pensó que iba a estar.
La presidenta Cristina Fernández ha insistido en sus últimas intervenciones en la necesidad de apuntar toda nuestra fuerza militante a combatir la desigualdad. Solo así vamos a tener una nación menos injusta y más integrada. Ese mismo modelo de crecimiento con inclusión es el que debemos darnos en la ciudad con el gobierno de Filmus y Tomada, dos cuadros de una probada capacidad de gestión que son una garantía de buen gobierno. En nuestro país soplan vientos de cambio y de transformaciones.
Es hora de empezar a respirar ese aire saludable también en la ciudad, para que ella incluya solidariamente a todos sus habitantes. (Télam)
*Jorge Rivas es diputado nacional por el socialismo.

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