sábado, agosto 21, 2010

DESCARO, DESVERGÜENZA, FALTA DE PUDOR = IMPUDICIA, POR JORGE RACHID ////











N o quise limitar el término “impudicia” (descaro, desvergüenza, falta de pudor) a la política porque sería darle el sesgo que no merece el análisis que incluye otras áreas del quehacer cotidiano de nuestra sociedad, ya que el descaro, el deshonor y la falta de vergüenza, según la definición de impudicia, atraviesan varios estamentos sociales, sin afincarse preferentemente en ninguno de ellos.
Sin embargo es en la política donde se manifiesta con mayor dramatismo, quizás no porque sea patrimonio de ella, sino porque la política y los políticos (y sus comportamientos) están más expuestos al conocimiento público. Sabido es el dicho que cuando se dedica alguien a la política suele tirar su honra a los perros, ya que las herramientas de destrucción en la lucha desde y por el poder tienen esa condición. Cualquiera puede lavarse la boca con agravios, calumnias e insultos, por el solo hecho de ser opositor, sin fundamentos ni pruebas que las justifiquen, siendo rápidamente recogidas por los medios y desde ahí canalizadas a los estrados judiciales, donde la mayoría pierde vigor, pero el daño político está realizado o sea el hecho consumado, más allá de que se trate de una falacia.
No quiere esto decir que no deba investigarse como corresponde en una sociedad ávida de concreciones la lucha contra la corrupción, el enriquecimiento ilícito y la voracidad codiciosa de ciertos sectores del poder político, económico y financiero, que además operan en la tinieblas, sin exposición pública y con menos códigos que los que se manejan en la comunidad y aún en las cárceles.
Una situación de discriminación social se da en la impudicia reinante, ya que los sectores de menores recursos son estigmatizados por fraseologías grandilocuentes sobre la moral y el deber ser: se los asocia al delito, se los responsabiliza sobre la falta de trabajo por la inmigración en países hermanos latinoamericanos que siempre encontraron en la Argentina contención y solidaridad; se identifica pobreza con lacra social irrecuperable, se los acusa de vivir del Estado, de ser prebendarios políticamente, de no tener conciencia política ni objetivos claros. En definitiva las siete plagas de Egipto son causadas por los pobres e ignorantes, más allá de que sean trabajadores o desocupados y que por hallarse en tal situación merecen nuestra mayor solidaridad desde lo humanitario.
Por lo contrario, la impudicia cotidiana exhibida desde el poder económico que en los noventa tuvo todo a su favor, preferentemente en la prensa escrita concentrada o la televisión, o algunos y ciertos medios de comunicación en general, no sólo no es estigmatizada sino que es aplaudida como parte de un circo necesario que la sociedad admite casi naturalmente, desde la ostentación al despilfarro, desde el consumismo insultante alentado a cualquier precio hasta el individualismo más feroz. Características y comportamientos quizás propiciados por sectores que después claman contra el neoliberalismo pero que no abandonan ni quieren abandonar porque olvidando el contexto político en el que tuvieron origen, después de tantos años han incorporado como propios, aunque digan que ideológicamente los combaten.
Esa impudicia expresada en la política exhibe una falta de memoria llamativa, donde pareciera que la historia no existe, que todos nacimos de un repollo y que a los otros los trajo la cigüeña desde París. Se puede plantear esa falta de vergüenza, desde un llamado hipócrita al combate contra la pobreza defendiendo la baja de las retenciones, o también gritando por el hospital público desde el objetivo de bajar el gasto del Estado, llamando a imponer a una asignación previsional justa como el 82% móvil pero sin reponer los aportes patronales eliminados en los 90 cuando Cavallo era el superministro y nadie –ni los medios concentrados que hoy apoyan esa justa causa– haya cuestionado esa desfinanciación deliberada que se hizo con el sistema previsional argentino.
Las cámaras empresarias plantean la inseguridad jurídica pero por otro lado la reafirman cuando piden subsidios del Estado y reintegros por exportaciones industriales exentas de cargas impositivas. Sin embargo pese a su nivel de ganancias se niegan a subir el salario mínimo a un monto justo, desconocen las leyes laborales y mantienen en negro al 34% de la población económicamente activa.
Los sectores del campo piden subsidios y rutas para el transporte, pero intentan evitar el 21% del IVA que sí pagan los trabajadores en la canasta familiar; se clama por Malvinas pero se oponen a sancionar a las empresas inglesas; se quejan por los trabajadores del transporte pero critican todo a partir de la recuperación de Aerolíneas; cuestionan las condiciones de los trabajadores en el embarque marítimo porque están recuperando derechos y la restitución de vías férreas al ritmo de la recuperación económica del país, criticando los despojos que dejaron las concesiones como si fuesen producto de políticas actuales. Se pide por abastecimiento energético ante el aumento de la demanda, pero se critica la supuesta baja en la producción. ¿En qué quedamos?
Se resiste el cambio del titular del Central promoviendo una patriada que no fue, en defensa de la autonomía del Banco, como si el mismo fuese de los extraterrestres no de los argentinos y vinculados a su bienestar. La impudicia llega al extremo de plantear que la Argentina está lejos del mundo y cuando finaliza el default para terminar con los juicios contra el Estado alentados por grandes sectores de nuestro país, se dice que hay otras prioridades. La pregunta del millón llega cuando uno plantea ¿cómo si estamos “fuera del mundo”, como dicen los neoliberales, tenemos un comercio internacional superior a los 70.000 millones de dólares? La respuesta es balbuceante, incoherente, porque hemos puesto la impudicia frente al espejo, en el cual nadie quiere mirarse, menos cuando está desnudo.
Lo mismo se da con los gritos destemplados, de aliento fétido del orangután, sobre el manejo de la cosa pública y el destrato con la oposición, como en una procesión de carmelitas descalzas, que nunca pasaron por el poder, o que no tienen historia, o que no cometieron errores y que son (y que, obviamente, siempre lo habrían sido) políticamente “correctos”.
Correctos fueron muchos para los intereses antinacionales: apoyaron los mecanismos extorsivos de los organismos de crédito multilaterales como el FMI y el BM; hicieron caer sobre los trabajadores asalariados y los jubilados cada una de las crisis, favorecieron la extranjerización de la economía, en especial de las empresas monopólicas del Estado, arrasaron casi todos los sistemas solidarios de seguridad social y de salud, incorporaron las AFJP y las ART enajenando y saqueando a los trabajadores en sus recursos y en su salud, y hoy hablan como si fuesen Teresa de Calcuta.
La impudicia se acaba cuando se recuperan los códigos en todos los aspectos de la vida nacional, desde el más pequeño detalle, hasta la definición del país; desde compartir políticas estratégicas de Estado hasta apoyar más allá del sector al cual se pertenezca las medidas que favorecen a nuestro pueblo, coincidir en que gobernar no es hacer lo que uno quiere sino lo que se puede en función de la relación de fuerzas, que lo más importante es el camino y la búsqueda quizás más que la definición contundente en aspectos puntuales, entender que la política , la ideología y la vida tienen códigos, que no todo es igual en función de una elección, que no es lo mismo de cara al futuro que aliarse con miembros de la dictadura que con demócratas, que la historia pesa, que el terreno electoral no puede borrar las huellas de la política a cualquier precio, que el compromiso con el pueblo es superior a una estimulación económica, llamada vulgarmente coima. Que quien la paga es tan hipócrita como el que la recibe, que la impudicia no tiene propietarios, pero los actores de la misma, aparecen en los medios como íconos del republicanismo y las libertades.
Los argentinos los hemos sufrido cuando en nombre de la libertad nos mataron, nos bombardearon, nos desaparecieron. En nombre de la democracia proscribieron a las mayorías populares durante 18 años. En nombre de la Patria entregaron el país al capital financiero internacional; en nombre de la libre elección destruyeron los sistemas sociales solidarios, a partir de instalar el individualismo estimularon el sálvese quien pueda y sabemos que los que no pueden son siempre los mismos, los humildes, los desprotegidos, los trabajadores, razón de ser esencial para que siga existiendo el peronismo, que siempre luchó por esas banderas .
La construcción de un nuevo modelo social solidario no se va a realizar si los principales enemigos del país, según algunos sectores empresariales y políticos, son los trabajadores organizados, los sindicalistas, los movimientos sociales, los militantes nacionales y populares, criticando la UNASUR, sumándose al imperio denostando a los presidentes de Bolivia, Venezuela y Ecuador, mucho menos ignorando qué pasa en el mundo donde se debaten fuerzas en pos de aguas dulces, petróleo, alimentos, desencadenando guerras con las excusas conocidas de terrorismo y narcotráfico, en la mayor impudicia de avasallamiento de las soberanías nacionales y el desprecio por los pueblos y otras culturas.
Quienes deseamos que a los argentinos nos vaya bien, creemos que debemos avanzar y profundizar el proceso que ha encontrado un camino desde el peronismo coaligado con otras fuerzas populares. Se ha realizado con marchas y contramarchas, contradicciones y errores, pero en un camino de recuperación del Estado como ordenador del modelo social y productivo, integrando a todos los sectores sociales, protegiendo el trabajo argentino, favoreciendo la industria nacional, reinsertando a los sectores desplazados socialmente, jubilando a quienes nunca hubiesen podido hacerlo, con dignidad frente a los países del mundo, consolidando la unión de nuestros hermanos latinoamericanos, derrotando atavismos de una cultura dominante neoliberal instalada a sangre y fuego de 34 años de presencia aún, en una democracia limitada por el Consenso de Washington, donde el mercado debía serlo todo y el país la comparsa del imperio.
Eso se acabó en esta etapa, de cara al siglo XXI, de la mano del peronismo y el movimiento nacional y popular argentino.


JORGE RACHID
CABA 18/8/10
jorgerachid2003@yahoo.com.ar

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